miércoles, 3 de junio de 2009

HOMENAJE A MANUEL BELGRANO EN CONMEMORACION DE SU NATALICIO.



El hombre tenía la vida resuelta, a decir verdad. Graduado de abogado con medalla de oro en la Universidad de Salamanca, alto funcionario del Consulado de Buenos Aires, todo hacía pensar que podría haber sido un próspero y respetado ciudadano. Pero en los tiempos turbulentos en que le tocó vivir, Manuel Belgrano no fué un cultor del no te metás. Se metió, y hasta el fondo.


En 1806 Beresford lo llama a jurar fidelidad a la corona inglesa, y a diferencia de sus colegas del Consulado que acataron sin mayor inconveniente, Belgrano se fugó a la Banda Oriental. Empezaba a transitar el duro camino de ser un patriota con mayúsculas.

Cuando en 1810 lo comisionan al mando del ejército libertador del Paraguay no dice “Ojo, que soy abogado, porqué no mandan a otro que sepa mas”; no, el tipo va ahí donde sabe que es útil a su patria en momentos jodidos. Sin peros, sin excusas… y sin pedir nada a cambio:

La Junta puso las miras en mí para mandarme con la expedición auxiliadora (…) admití porque no se creyese que repugnaba los riesgos, que sólo quería disfrutar de la Capital, y también porque entreveía una semilla de desunión entre los vocales mismos, que yo no podía atajar, y deseaba hallarme en un servicio activo, sin embargo de que mis conocimientos militares eran muy cortos - Manuel Belgrano

Traducción: “Si bien mucha idea no tenía, aquello se estaba convirtiendo en un puterío y yo quería hacer algo útil”.

El precio que tuvo que pagar Belgrano por su entrega fué demasiado alto. Tanto en vida como póstumamente, pocos próceres han sido tan injustamente maltratados, engañados y calumniados. Veamos.

El Juicio. Entre 1810 y 1811 está al mando del Ejército del Paraguay, librando contra el gobernador Velasco una despiadada guerra de guerrillas, en uno de los terrenos más inhospitos del país. Luego de esta agotadora campaña, Belgrano se enfrenta a sus enemigos, que tenían fuerzas catorce veces superiores a las suyas. Pierde, obvio. Y en Buenos Aires consideran esto un fracaso y le inician un insólito juicio. Un juicio por plantarse y pelear. Tan patético resultó el proceso que el fiscal no encuentra cargos que imputarle, y recurren a llamar a cualquier ciudadano o soldado que tenga algo que decir de Belgrano. No se presenta ni el loro. Los pocos que van, obligados a comparecer, no hacen otra cosa que hablar bien del jefe del Ejército del Paraguay. El gobierno se vió obligado a absolver al imputado: …se declara que el general don Manuel Belgrano se ha conducido en el mando de aquel ejército con un valor, celo y consistencia digno del reconocimiento de la patria…

La estafa. Luego de su victoria en Salta en 1813, la Asamblea Constituyente le entrega 40.000 pesos, suma que Belgrano destina integramente a la creación de cuatro escuelas en el norte, y elabora un Reglamento para regirlas. Entre otras cosas propone: “El maestro procurará con su conducta, y en todas sus expresiones y modos, inspirar a sus alumnos amor al orden, respeto a la Religión, consideración y dulzura en el trato, sentimientos de honor, amor a la virtud, y a otras ciencias, horror al vicio, inclinación al trabajo, desapego del interés, desprecio de todo lo que diga a profusión y lujo en el comer, vestir y demás necesidades de la vida, y un espíritu nacional que les haga preferir el bien público al privado, y estimar en más la calidad de Americano que la de Extranjero”. (¡Que lo tiró!, ¿no queda ningún político que aunque sea le llegue a los talones? Lo voto a ojos cerrados). Los 40.000 pesos todavía los está esperando, nunca le llegaron. Y claro, el iluso los destinó a la educación… encima en el norte ¡Que se los iban a mandar si ningún pope ganaba nada!

La muerte. Hacia 1819 Belgrano ya sentía dolores fuertes en el pecho y los pulmones. Se instala en un rancho miserable en Córdoba, sufriendo numerosas privaciones. A fines de ese año decide a trasladarse a Buenos Aires y en el camino los gobernadores de Córdoba y Santiago del Estero le niegan ayuda… era un apestado. El 20 de Junio de 1820 muere en la más absoluta pobreza. Al doctor Readhead que lo atendió durante largo tiempo, como paga le ofeció su reloj y su carro: “Estoy tan pobre que no tengo nada más para regalarle”, le dijo el prócer al médico. Para peor, muere totalmente olvidado, sólo un pasquin se hizo eco de la noticia de la muerte de Manuel Belgrano, “El Despertador Teofilantrópico”… se ve, donar fortunas para escuelas y pelear por el país no tiene rating.

El desprecio a sus restos. En 1902 el gobierno decide exhumar sus restos y trasladarlo a un lujoso mausoleo, contrariando la voluntad de don Manuel. Él había pedido expresamente que sus restos descansen en una austera tumba, cosa que obviamente se cumplió ya que no tenía un peso: durante 80 años su lápida fue ¡una parte del lavatorio del baño de su familia! La cuestión es que el Ministro del Interior Joaquín V. González y el Ministro de Guerra Pablo Ricchieri se quedaron con algunos huesos y dientes y los engarzaron en oro para mostrárselos a sus amistades. Que destino dedicar los huesos y la propia vida a la revolución y la independencia para que funcionarios del estado vengan a quedarse con esos mismos huesos para pavonearse socialmente con ellos. Por suerte, cuando se conoció el episodio, se armó tal revuelo que tuvieron que devolverlos.

Las calumnias. Luego de su muerte de todo se dijo sobre Manuel Belgrano. Por ser universitario de buenos modales y hasta amanerado en el sentido de cuidar las formas mientras estaba rodeado de un ejército de campesinos, se lo tildó de homosexual. Por su exceso de celo en lo religioso (lo que en realidad era una táctica para morigerar la imágen del revolucionario comecuras porteño de la época entre sus subordinados y las poblaciones sumamente religiosas del norte) se lo acusó de mojigato. Por plantarse frente al enemigo siempre que tuvo que hacerlo y justamente por pelear perdió varias batallas, se lo llamó incompetente. Hasta de retrógrado se lo trató por ser partidario una monarquía incaíca cuando en el mundo las repúblicas eran contadas con los dedos de una mano, y cuando muy probablemente su postura era una estrategia para contrarrestar las soluciones monárquicas europeas que en un momento comenzaron a tomar fuerza.

En el día en que muere el general Belgrano se conmemora “el día de la bandera”. Es interesante pensar que no tanto es por la celeste y blanca, sino por este hombre. La vida de este hombre es LA bandera que hay que conmemorar. La vida de un hombre con pelotas de caballo; el verdadero padre de la educación argentina; el hombre al servicio de sus compatriotas sean cuales fueran los sacrificios y las consecuencias.


BIOGRAFIA

Nacimiento y estudios

Manuel José Joaquín del Corazón de Jesús Belgrano nació en Buenos Aires, el 3 de junio de 1770, en la casa paterna, cerca del Convento de Santo Domingo y fue bautizado en la Catedral de Buenos Aires al día siguiente.

Él era criollo pero su padre Domenico era de origen italiano, oriundo de Oneglia, en Liguria, y tenía como apellido primero el de Peri —que castellanizó luego como Pérez—, aunque adoptó luego el apellido Belgrano, según la tradición porque producía excelente trigo. Su madre, María Josefa González Casero, era nacida en la ciudad de Santiago del Estero. Estudió en el Real Colegio de San Carlos (actual Colegio Nacional de Buenos Aires).- Entre 1786 y 1793 estudió Derecho en las universidades de Salamanca y Valladolid, donde se graduó con medalla de oro a los 18 años de edad en la Cancillería de Valladolid, dedicando especial atención a la economía política. Por tal motivo, en Salamanca fue el primer presidente de la Academia de Práctica Forense y Economía Política.

Fue uno de los próceres más claramente católicos, y gracias a su excelente desempeño en las letras consiguió un permiso especial del Vaticano para leer y retener algunos textos prohibidos por la Iglesia en aquel momento. Así fue que leyó a Rousseau, Diderot, Voltaire, Montesquieu y Quesnay. También leyó a los escritores españoles de tendencia ilustrada, como Jovellanos y Campomanes.

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