lunes, 27 de diciembre de 2010

UN AÑO MAS DE LUCHA


A PESAR DE PERSECUCIONES, PROSCRIPCIONES Y CENSURAS NUNCA CALLARAN LA VOZ DE LOS ABANDERADOS DE LA PATRIA, DE LOS VERDADEROS ABANDERADOS DE LA PATRIA, AQUELLOS QUE SON PATRIOTAS TODO EL AÑO, AQUELLOS QUE NO TRANSAN, AQUELLOS QUE ESTAN PELEADOS CON MEDIO MUNDO POR NO ENSUCIAR SUS IDEAS, AQUELLOS QUE NO VENDEN SU SUELO, AQUELLOS QUE NO LES GUSTA JUGAR CON LA VIDA Y LOS SUEÑOS DE LOS DEMAS. QUE NO QUIEREN VER NINGUN TRAPO ROJO NI OTRO FORANEO FLAMEANDO EN NUESTRO CIELO MAS QUE NUESTRA GLORIOSA INSIGNIA, EL AGUILA GUERRERA, ALTA EN EL CIELO. UN AÑO MAS DE LUCHA COMBATIENDO A LOS TRAIDORES DE LA PATRIA, DESTERRANDO LA MENTIRA, LOS POLITICOS BARATOS, LOS FALSOS NACIONALISTAS QUE SOLAMENTE PIENSAN EN UN FIN PROPIO Y NO EN UN FIN COMUN. PATRIOTA ARGENTINO NUNCA DEJES DE LUCHAR DESDE LA TRINCHERA QUE ESTES, SEA EN EL MOVIMIENTO O PARTIDO QUE FUERE: LUCHA POR TU PATRIA, POR TU GENTE, POR TU ESTIRPE Y NO SOLAMENTE POR UN DIRIGENTE. TU PATRIA TE NECESITA.
SALUDOS CORDIALES A TODOS LOS QUE DE ALGUNA U OTRA FORMA NOS BRINDARON SU APOYO. Y A LOS QUE NOS SIGUEN CRITICANDO, QUE LO SIGAN HACIENDO, PERO SERIA BUENO QUE NOS CRITIQUEN EN LA CARA.
FELIZ AÑO PARA TODOS LOS VERDADEROS PATRIOTAS, LES DESEA,

PARTIDO GUIAS DEL SUR

VIVA LA PATRIA CARAJO!!!
POR UN 2011 DE PLENA LUCHA NACIONAL.

miércoles, 29 de septiembre de 2010

CUANDO SERA EL DIA.


CUANDO SERA EL DIA QUE LOS POLITICOS GOBIERNEN Y NO HAGAN NEGOCIOS PERSONALES A COSTA DE LA PATRIA.
CUANDO SERA EL DIA QUE EL PUEBLO TENGA HEROES DE VERDAD Y NO HEROES DE CARTON DE CANALES DE TV.
CUANDO SERA EL DIA QUE NUESTRAS FUERZAS ARMADAS ESTEN DEBIDAMENTE ARMADAS PARA DEFENDER CUALQUIER ATAQUE EXTERNO Y NO DANDO LASTIMA.
CUANDO SERA EL DIA QUE LA POLICIA COMBATA LA DELINCUENCIA Y NO QUE SEA SOCIA DE ELLA.
CUANDO SERA EL DIA QUE EL HOMBRE SEA HOMBRE Y NO UN NUMERO MAS, UN CORDERO LOCO QUE SIGE A GUIAS NEFASTOS.
CUANDO SERA EL DIA QUE EL NACIONALISMO ARGENTINO LUCHE POR SU SUELO Y POR SU GENTE Y NO POR UNA FIGURITA REPETIDA QUE HACE AÑOS DA VUELTAS SIN LLEGAR A NADA SOLO ARRUINANDO GENTE TENIENDOLAS EN SUS PERERAS CON SU LUCHA ESTERIL.
CUANDO SERA EL DIA QUE LOS DELINCUENTES SE PUDRAN TRAS LAS REJAS Y NO ANDEN SUELTOS CONVIVIENDO CON NOSOTROS.
CUANDO SERA EL DIA QUE HAYA CAMARADAS Y NO TRAIDORES.
CUANDO SERA EL DIA QUE EL PUEBLO ARGENTINO DESPIERTE Y LUCHE A MUERTE POR LO SUYO.
CUANDO SERA EL DIA QUE SOLO ARGENTINOS BIEN NACIDOS LLEVEN LAS RIENDAS DE LA ARGENTINA Y NO CUALQUIER OCUPA.

VIVA LA PATRIA CARAJO.

martes, 21 de septiembre de 2010

FELIZ EQUINOCCIO DE PRIMAVERA


FELIZ EQUINOCCIO Y PRIMAVERA PARA TODOS LOS ARGENTINOS BIEN NACIDOS, BUENA TEMPORADA, BUENA COSECHA, VIENTOS DE AUGURIO Y PROSPERIDAD. Y LOS TRAIDORES A LA PATRIA QUE ESTEN DONDE DEBERIAN ESTAR.

sábado, 11 de septiembre de 2010

sábado, 28 de agosto de 2010

HOY SE CUMPLEN 90 AÑOS DE LA PRIMERA TRANSMISION DE RADIO EN ARGENTINA.



Todo era silencio en la ciudad de Buenos Aires, cuando un sonido irrumpió en la noche y comenzó a escucharse la obra Parsifal, de Richard Wagner, que emanaba del Coliseo. La música empezó primero en la sala del teatro y después, gracias a cuatro hombres subidos a una terraza con un transmisor, llegó hasta lugares tan lejanos como Santos, en Brasil.

La primera transmisión de la historia de la radiofonía argentina estuvo a cargo de Enrique Susini, su sobrino, Miguel Mujica, y sus amigos César Guerrico y Luis Romero. Después de meses de preparación, el 27 de agosto de 1920, los cuatro subieron al techo del teatro Coliseo con un transmisor de 5 watts y una antena que conectaron a un edificio cercano. Además dejaron en la sala un micrófono que originalmente era para hipoacúsicos.

El primer programa de radio estaba listo para salir al aire con estos simples elementos, que captaron el sonido de la sala para difundirlo a través de las ondas a toda la ciudad. En total, unas 50 personas escucharon el primer programa de radio, porque muy pocas casas disponían de aparatos, pero se supo de un hombre que logró captar la señal desde un barco que navegaba en Santos, Brasil.

Durante los siguientes 19 días, los cuatro entusiastas de la radio, conocidos como "los locos de la azotea", siguieron transmitiendo las obras que se daban en el teatro Coliseo. Después de terminada la temporada, empezaron a hacer producciones propias bajo el nombre de Radio Argentina. Claro, que al principio era el propio Susini quien cantaba temas en español, francés, alemán y ruso, pero con diferentes tonalidades para que la audiencia no lo notara.

Al año siguiente, el intendente de Buenos Aires, Juan Barnetche, estableció la emisión oficial de licencias para radio y para 1922, Radio Argentina transmitió en vivo la asunción del presidente Marcelo Torcuato de Alvear. Sin embargo, en 90 años de historia nunca llegaron a disiparse las primeras palabras lanzadas por un argentino al eter: "Señoras y señores, la Sociedad Radio Argentina les presenta hoy el Festival Sacro de Ricardo Wagner, Parsifal..."

Todos aquellos que alguna vez hicimos radio, sabemos todo lo que entraña. Hacer un programa de radiofonía no es fácil. Lleva horas y horas de planificación, es aún mas difícil cuando es todos lo días. Buscar notas, música, preparar bloques, etc. Todo este trabajo para que todo salga bien, sin mencionar el costo que sale de tu propio bolsillo para poder difundir tu idea. Y más si es un programa en el que se dice la verdad, que es netamente patriótico en donde se hablan cosas que nadie se atreveria decir. Como lo fue el programa que tanto orgullo nos dió: "El Patriota". Todos los días se escuchaban las marchas militares, nuestro folklore, tangos y rock patriótico.
Pero lamentablemente este grandioso medio, no es usado siempre para informar, sino todo lo contrario. Se usa como un medio de distracción para mantener atontada a la gente y ocultar la verdad. Pero bueno, esta fabulosa herramienta, como todo gran invento hay que saberlo usar a beneficio de nuestra idea y nuestra nación.
Gracias Daniel y Facundo por todos esos buenos momentos en la FM Ritmo.

Adrian Gustavo Marquez
Secretario del Partido Guias del Sur

VIVA LA PATRIA CARAJO!!!


Parsifal de Richard Wagner, primer tema transmitido por radio en Argentina.

miércoles, 25 de agosto de 2010

TODO CAMBIA

Cambian los ministros, cambian los gobiernos, cambia la tecnologia, cambian los mienbros de la corte suprema de justicia, cambian las autoridades policiales, cambia el director técnico de la seleccón, cambian los programas de televisión, cambian las modas, pero lo único que JAMAS va a cambiar es nuestra postura en cuanto se refiere a la defensa de la patria.
No transamos con nadie!

VIVA LA PATRIA CARAJO!!!


Águila Mora (Geranoaetus melanoleucus)
AGUILA ARGENTINA

GUIAS DEL SUR VOLEMOS ALTO!!!

Y NO TE OLVIDES QUE LOS PAVOS NO VUELAN, NOSOTROS SI...

lunes, 2 de agosto de 2010

LOS GRANADEROS SON MIOOOOOS!!!

Se termina la exposición rural, máximo exponente de las actividades rurales en Argentina. Se viene a mi memoria cuando era un infante ir a Palermo a dicha exposición anual acompañado de mis padres, yo alejado de todo interés económico y matufiadas que muchas veces rige en ese ámbito, pero me entusiasmaba ver tanto bicho (vacas, caballos, gallinas, etc), subirme a los tractores, máquinas cosechadoras, pero lo que más me llamaba la atención, me emocionaba y me bombeaba la sangre a la velocidad de la luz era los desfiles militares, especialmente ver desfilar a los granaderos a caballo. Pero todo cambió como todo cambia en nuestro sagrado país, Argentina. Este año por decisión de la dueña de los granaderos a caballo la ministro de defensa Nilda Garré, esta fiesta popular que van miles de argentinos se vió empañada por la ausencia de dichos granaderos. Porque la señora Ministro acusó que sus granaderos a caballo son solamente para actos oficiales, es decir solamente para los actos del matrimonio KK.
Así no solo los granaderos a caballo, sino también todas las fuerzas “desarmadas” y fuerzas de seguridad les pertenecen a estos “desgobernantes” de turno. Hasta cuando los argentinos vamos a dejar que esta manga de sátrapas, tunantes y mequetrefes nos sigan metiendo el dedo en el cólon dando varias vueltas y hacer lo que se les canta los escrotos para su beneficio personal.

VIVA LA PATRIA, CARAJO!!!



Te acordas hermano que tiempos aquellos...



Esto es lo que lo que nos dejaron los KK...

lunes, 26 de julio de 2010

HIPÓLITO BOUCHARD, "El corsario argentino"


André Paul Bouchard nació el 15 de enero de 1780 en Bormes una localidad francesa cercana a Saint Tropez. Aún hoy, todos los 9 de julio la comuna de Bormes conmemora el acto de la Independencia Argentina, homenajeando así a la patria adoptiva de uno de sus hijos predilectos.

Desde niño se vinculó con marinos y evidenció un gusto particular por sus historias. No se sabe en que momento el joven André cambió su nombre a Hippolyte, desconociéndose también el motivo.
En 1798 Hipólito se incorporó a la armada francesa sirviendo en las campañas de Egipto y Santo Domingo y al desencantarse con el curso de la Revolución Francesa, emigró al Río de la Plata en 1809.

Bouchard pronto comenzó a sentir simpatía por las ideas del sector más duro de la Junta de gobierno, encabezado por Mariano Moreno, y puso sus conocimientos navales a disposición de la Revolución de Mayo de 1810, iniciadora del proceso de liberación contra el reino de España.
Cuando los patriotas enfrentaron las primeras hostilidades contra los iberos, Bouchard sirvió bajo la comandancia de Azopardo en la primera escuadrilla argentina, al mando del bergantín "25 de Mayo". Tras la derrota de San Nicolás, el 2 de marzo de 1811, fue injustamente acusado de cobardía e irresolución. Sustanciado un proceso, terminó absuelto, reconociéndose que cumplió con su deber hasta que se vio desamparado por su tripulación, que entró en pánico en pleno combate. La propia ciudad de Buenos Aires fue bloqueada y bombardeada tras este combate y Azopardo fue capturado por los godos.

En 1812 ingresó al Regimiento de Granaderos a Caballo comandado por el Gral. San Martín. Como alférez participó en el primer combate de este luego glorioso escuadrón, la batalla de San Lorenzo, el 3 de febrero de 1813, siendo mencionado en el parte de guerra por su heroísmo. Bouchard siempre luciría con orgullo el aro en la oreja, símbolo de los granaderos. Luego acompañó al Libertador a reforzar el Ejército del Norte y posteriormente se incorporó al ejército de la Banda Oriental.
En 1814 se casó con Norberta Merlo, conveniente paso a los fines de ascender en la escala social, emparentándose con una familia rioplatense.

El Corsario Bouchard

Antes de continuar con el relato de la cinematográfica vida de nuestro héroe, debemos de aclarar el significado del término corsario, a fin de encuadrarlo dentro de un marco más adecuado y explicativo del accionar en esta forma de la guerra de independencia.
La patente de corso era un contrato por el cual un Estado otorgaba a un particular el derecho de atacar, apresar, saquear o destruir todo buque que enarbolara una bandera enemiga, a cambio de permitirle quedarse con una cierta parte del botín obtenido. A veces el Estado emisor de la patente aportaba la nave, o al menos pertrechos, víveres y una parte de la tripulación; el corsario debía cargar con el resto de los gastos. Debía izar, en el momento del ataque, la bandera del estado emisor de la patente.
El corso era considerado entonces una legítima manera de guerrear. Con algo de cinismo, podría decirse que permitía que la iniciativa privada participara en una guerra, asociada a un Estado beligerante.
Una reliquia de estas épocas se encuentra en la Constitución Argentina, Artículo 75, que dispone las competencias del Congreso, donde se expresa: "Conceder patentes de corso y de represalias, y establecer reglamentos para las presas".
Las campañas corsarias en Hispanoamérica se iniciaron en 1814, año en que por fin se terminó con el peligro que representaba Montevideo en manos españolas. Las naves bajo pabellón argentino realizaron las acciones más importantes. Las principales zonas de actuación fueron el Atlántico Sur y el Caribe, donde actuaron unos 60 corsarios, pero también hubo ataques en el Pacífico y hasta en el Mediterráneo. En el apogeo del corso, la ciudad de Cádiz estuvo a punto de ser bloqueada por naves hispanoamericanas.
Desde la Banda Oriental operaban más de 30 corsarios con patentes otorgadas por Artigas, quienes capturaron naves españolas y, tras la invasión de 1816, portuguesas. En el Caribe actuaron naves de la Gran Colombia y de México en combinación con los corsarios argentinos, siendo su base de operaciones la isla Margarita, Venezuela. Los corsarios chilenos, armados con apoyo de marinos argentinos y británicos, hicieron varias presas realista con base en Lima entre 1818 y 1820.
Las consecuencias más importantes del corso fueron las pérdidas y el estancamiento comercial que causaron al comercio español: sólo los corsarios de Buenos Aires capturaron unas 150 naves. Entre los más destacados figuran el irlandés Guillermo Brown (el creador de la armada argentina), el norteamericano David Jewitt (quien tomó posesión de las Islas Malvinas en nombre del gobierno de Buenos Aires en 1820) y el protagonista principal de esta historia.
En 1815 el Director Supremo Ignacio Álvarez Thomas le otorgó la patente de corso a Bouchard, en una expedición financiada por Vicente Anastasio Echevarría, comerciante de Buenos Aires. Así se equiparon dos naves que pusieron proa al Cabo de Hornos para actuar en el Océano Pacífico. Una tormenta hundió uno de los barcos pero Bouchard logró salvar el suyo, la corbeta "Halcón", y rodear el Cabo, pese a la oposición de sus oficiales, que querían volverse y llevaron su insubordinación al borde del motín.
A fines de 1815, en pleno Pacífico, Bouchard se reunió con Guillermo Brown para coordinar acciones conjuntas. Fue un encuentro de temperamentos opuestos, que se proyectaban a las tripulaciones: profesionales, respetuosos del orden y de su capitán, en el buque del irlandés; indisciplinados y fuertemente enfrentados con el mando, en la nave del francés.



Almirante Guillermo Brown


En esta reunión acordaron que Brown sería el comandante general. Bouchard debió aceptar, pero no estaba de acuerdo con los desmesurados planes del irlandés, que decidió el bloqueo, nada menos, que de la fortaleza española de El Callao, Perú. Los tres barcos de la flota corsaria (Hércules, Santísima Trinidad y Halcón) hostigaron las líneas de comunicación realistas. Entre otras hazañas, hundieron una fragata y capturaron una nave similar, la "Consecuencia". Ese barco sería luego rebautizado con el nombre de "La Argentina", el buque que daría la vuelta al mundo al mando de Bouchard.
A mediados de 1816, Hipólito Bouchard desembarcó en Buenos Aires y se encomendó a los preparativos de una nueva expedición corsaria, patrocinada otra vez por su anterior promotor, Vicente Echevarría. Se hizo de los pocos recursos que el gobierno podía darle (sables de caballería, para una operación en el mar...) y preparo su tripulación, en la que se destacaba un joven criollo que participó en su anterior viaje, Tomás Espora, a quien esperaba un glorioso futuro.
En Septiembre de 1817 "La Argentina" atracó en Tamatave, Madagascar. Allí inspeccionó cuatro barcos (tres ingleses y uno francés), ejerciendo el derecho de visita (inspección) que Gran Bretaña y Estados Unidos aplicaban en África desde 1812. Bouchard comprobó que se trataba de barcos negreros, y entonces liberó a los esclavos y requisó los víveres. Cinco marineros de la goleta negrera francesa pidieron alistarse en "La Argentina", al conocer que su capitán era francés y luchaba por la libertad. En medio del cruce de los océanos Atlántico e Indico debieron soportar no solo tormentas, sino también una epidemia de escorbuto, falta de víveres y el descontento, rayano en el amotinamiento, de la tripulación.
En diciembre de 1817 fueron atacados por piratas malayos, famosos por su crueldad. Al ser derrotados su comandante y cinco oficiales se suicidaron. Siguiendo los usos y costumbres del mar, Bouchard convocó un consejo de guerra que juzgó a los prisioneros. Probados sus crímenes (entre ellos, el asesinato de toda la tripulación de un barco portugués que ya se había rendido), el consejo sentenció a muerte a los piratas, con excepción de algunos menores que fueron recibidos como grumetes.
Siguió su marcha "La Argentina" bloqueando Luzón, Filipinas, hundiendo dieciséis barcos, abordando otros dieciséis y apresando a cuatrocientos realistas. El bloqueo del comercio español causó en Manila una inflación del 200 % en solo 60 días. Hipólito Bouchard decidió luego ir a China, en busca de más navíos españoles, que se creían a salvo en esas aguas, pero nuevamente se enfrentó con la escasez de alimentos y la casi insubordinación de su tripulación. Bouchard revió su plan y puso proa a las Islas Hawai.
Uno de sus biógrafos (Julio Manrique, tripulante de "La Argentina") asegura que, en esos días, el corsario francés estaba meditando en atacar la isla británica de Santa Elena, en pleno Océano Atlántico, y liberar a su admirado Napoleón. La inconveniencia política del gesto y la presión de la tripulación para dirigirse a Hawai, es decir, en otra dirección, le habrían hecho renunciar a esa aspiración. Manrique es el único de todos los cronistas que menciona esta historia que ya a esta altura de la aventura corsaria de Bouchard puede o no ajustarse a la estricta verdad, convirtiéndose más en leyenda que pinta de cuerpo entero a un hombre tan intrépido.

Su capítulo más aventurero

En agosto de 1818, "La Argentina" fondeó en Kealakehua. Hawai era entonces un reino independiente, gobernado por Kameha Meha I, un monarca benévolo y progresista. Hawai también era una especie de paraíso: se caracterizaba por la desinhibición sexual de sus mujeres, que siempre hicieron las delicias de los marinos que arribaron a sus costas.
Apenas llegó Bouchard se encontró, atracada en el puerto, una nave que había sido comprada por el rey. Descubrió que era la corbeta argentina "Santa Rosa". La tripulación de este navío se había rebelado frente a la costa de Chile. Los hombres se dispersaron por la isla, habían tomado mujer y estaban adaptados a las costumbres locales. Ante la falta de tripulación, el capitán le vendió el buque al rey.
Entonces, una ley del mar, que se aplicaba estrictamente, establecía que cualquier capitán que encontrase marineros amotinados debía ejecutarlos sin dilación, como escarmiento y para evitar que el ejemplo cundiese. Bouchard apresó a un grupo de hombres del "Santa Rosa" y decidió efectuar el reclamo ante el propio monarca. Finalmente ambos llegaron a un acuerdo: el rey devolvía la nave, aportaría hombres a la tripulación de Bouchard (unos cien) y éste indemnizaría a la corona por los gastos de compra del buque.
Bouchard prosiguió la captura de los amotinados del "Santa Rosa" en Kaouai y en Oahu, siendo uno condenado a muerte y el resto a recibir azotes. Tras otorgar grados militares al rey Kameha Meha y nombrar algunos cónsules, decisiones para las que no estaba facultado, Bouchard partió hacia el este. Junto a "La Argentina" iba la "Santa Rosa", al mando de Peter Corney, ex marino a quien Bouchard conoció en Hawai “regenteando la taberna del pueblo”.
En las memorias de José Piris, integrante de la expedición, se afirma que Kameha Meha firmó un Tratado de Comercio, Paz y Amistad con Bouchard, en el que reconocía la independencia de las Provincias Unidas. De haber sido así, Hawai sería el primer país en reconocer la independencia argentina, ya que recién en 1821 Portugal haría lo propio, un año antes que Brasil y Estados Unidos y cuatro antes que Gran Bretaña, haciéndolo España recién en 1864. Empero, ni en la bitácora de Bouchard ni en ninguna otra fuente se asienta el reconocimiento de la independencia argentina, hecho de gran magnitud para faltar en la crónica documentada de los hechos.
Llega a California, entonces en manos españolas, el 20 de noviembre de 1818, en cercanías de Monterrey, su capital. En la madrugada del día 24, con los hombres rescatados del "Santa Rosa", Bouchard desembarcó con 200 infantes y marineros. Uno de los guerreros hawaianos que integraban la tripulación arrió la bandera española y enarboló la enseña argentina, tras escasa oposición armada. Desde ese día y hasta el 29 de noviembre, California fue Argentina.
Las tripulaciones de los barcos argentinos se dedicaron al saqueo. El ganado que no podía llevarse, se mataba. Se incendió el fuerte, el cuartel de artilleros, la residencia del gobernador y las casas de los españoles, pero se respetaron tanto las iglesias como las propiedades de los criollos.
Luego, los corsarios atacaron San Juan de Capistrano. Bouchard solicitó provisiones a cambio de no hostilizar la población, recibiendo como respuesta una bravuconada del prior. Una partida saqueó la misión, bien nutrida de licores, pero sin dinero ni tesoros, los que ya habían sido evacuados. El retorno de estos hombres a "La Argentina" fue un tanto errático, por su grado de ebriedad. La pequeña flota corsaria pasó de largo frente a San Diego y se refugió, para reparar los buques, en la bahía Vizcaíno (hoy Key Biscayne), permaneciendo en ese lugar hasta enero de 1819.
A San Juan de Capistrano llegan, en la primavera boreal, las golondrinas que emigran desde Argentina (una señal premonitoria?). En lo que hoy es Dana Point se sigue recordando el ataque de Hipólito Bouchard con la Fiesta Anual del Pirata. Cabe aclarar que, para la mayoría de los anglosajones, Bouchard es un mero pirata. Uno de los pocos que le hace justicia es Peter Uhrowczik, en "The Burning of Monterey: The 1818 Attack on California by the Privateer Bouchard", Cyril Books, 2001.
Aún hoy en Santa Bárbara pueden verse, en su muelle, mástiles con las banderas de las naciones que alguna vez ocuparon California: España, Rusia, México, Estados Unidos y... Argentina. En el segundo piso del County Court House hay un mural que representa la ocupación de 1818.
Retomamos la historia: siguen su ruta nuestros corsarios y sitian los puertos de San Blas y Acapulco, en México, donde nuevamente derrotan a los españoles. Ya en América Central atacaron Sonsonete, en El Salvador, y el 2 de abril, el Realejo, en Nicaragua, uno de los centros más importantes del comercio y la marina colonial, amén de principal astillero del Pacífico.
Debido a estas incursiones por Centroamérica, la población criolla recibía como libertadores a estos expedicionarios, identificándose inmediatamente con su causa y ofreciéndoles cobijo y reconocimiento eterno, a tal punto que varias banderas de los futuros países libres adoptaron los colores de la bandera Argentina.
Así vemos que hoy los pabellones nacionales de El Salvador, Guatemala, Honduras y Nicaragua, ostentan los colores de la bandera argentina, el azul-celeste y blanco, como testimonio de honra a aquellos que vinieron a rescatarlos de las manos del opresor colonial.
Bouchard, siempre inquieto y amante de la libertad, se pone al tanto de los planes del Libertador San Martín, que estaba por lanzar su campaña marítima contra el poder español en Perú, y decide dar por finalizada la expedición y enfilar hacia Valparaíso, Chile. Cuando llegó se encontró con desagradables sorpresas: por orden del vicealmirante escocés Lord Cochrane (el "Lord filibustero" como lo llamaba San Martín) fueron arrestados, acusados de piratería y el cargamento confiscado. Bouchard trató de resistir, pero la superioridad de sus adversarios hizo inútil cualquier defensa. Se rindió y quedó detenido.
Se inició un tortuoso juicio, en el que su defensor fue Tomás Guido. San Martín, Sarratea, Echevarría, O'Higgins, apelaron en su favor. Dado los débiles cargos del expediente, surge la idea de que la codicia de Lord Cochrane fue el acicate para el despojo, como tiro por elevación a San Martín, con quien tenía una sorda lucha de poder por reconocimientos y pagos por los servicios prestados.
Enfurecido ante la injusticia, el coronel Mariano Necochea, compañero de Bouchard en la batalla de San Lorenzo, armó un piquete de sus granaderos y tomó "La Argentina", desoyendo las amenazas de las autoridades. La nave le fue reintegrada al capitán francés.
Mientras tanto el financista de Bouchard, Echevarría, había conseguido nuevas patentes de corso y planeaba llamarlo a Buenos Aires, para operar con sus flotas en el Litoral argentino, pero el marino tenía otros planes. En una carta a este, Bouchard le comunicó que había decidido participar en la expedición a la tierra de los incas, y le pidió que velara por las necesidades de su familia (su esposa y sus hijas Carmen y Fermina) y se comprometió a reintegrarle los gastos a su regreso. Echevarría se enfureció y se negó. La familia de Bouchard quedó librada a su suerte.
Por los daños sufridos, tanto "La Argentina" como la "Santa Rosa" sólo hacían transportes de carga para los ejércitos libertadores, desembarcados en Perú en septiembre de 1820. Al poco tiempo, "La Argentina" fue desguazada y vendida como leña vieja. La "Santa Rosa" se incendiaría luego.
Sin recursos económicos, Bouchard se presentó al Gral. San Martín y le pidió que lo dejara regresar a Argentina. Pero el Libertador le pidió cinco meses más, tal vez pensando en darle el mando de la marina peruana tras la liberación (el 28 de julio de 1821 San Martín proclamó la independencia de Perú).
Cuando Cochrane se apoderó de los caudales limeños depositados en sus buques de guerra, con el pretexto de cobrar haberes adeudados, San Martín organizó la marina de guerra peruana y le dio a Bouchard el mando de la fragata "Prueba", la nave más importante de la flota. Lord Cochrane temió el enfrentamiento con el héroe franco-argentino y dio marcha atrás, llevándose consigo los caudales y dejando en la ruina financiera al nuevo estado.
Hasta 1828 Hipólito Bouchard siguió al servicio de la marina peruana. Entonces se retiró y se estableció en su hacienda, dada como recompensa por el Congreso peruano. Allí fundó un ingenio azucarero.
Entonces, las Provincias ya no más Unidas se desangraban en la guerra civil. El héroe de antaño nunca volvió a ver a su esposa ni a sus hijas, y se volvió cada vez más hosco. Su cólera explotaba a cada momento y se descargaba violentamente, justo él, libertador de esclavos, contra los peones de su hacienda.
El 4 de enero de 1837 golpeó a un sirviente, pero esta vez hubo violentas protestas. Bouchard tomó un pistolón y su viejo sable de abordaje, pero fue tarde. Los sirvientes lo mataron a puñaladas.
Sus restos estuvieron perdido por más de 120 años, hasta que en junio de 1962 fueron encontrados en una cripta olvidada de una iglesia de Nazca. En julio de ese año, fueron exhumados por una comisión de las marinas argentina y peruana y repatriados a Buenos Aires, a bordo de un crucero llamado "La Argentina". Hoy reposan en el Cementerio de la Recoleta.

domingo, 25 de julio de 2010

Tomás Espora


Nació en Buenos Aires, el 19 de setiembre de 1800, hijo de Domingo Espora, dedicado a la ebanistería, natural de Génova; y del segundo matrimonio de éste con Tomasa Ugarte, nacida en Santa Fe. Los progenitores del futuro coronel, vivieron algunos años en una de las casas de Antonio de Escalada, frente a la Plaza Mayor. No se ha podido establecer en que colegio se educó Espora, sabiéndose solamente que fue condiscípulo de Francisco Agustín Wright. Perdió a su padre a fines de 1810 y pocos años antes, a su madre. A la edad de 15 años se embarcó a bordo de la corbeta “Halcón”, una de las naves apresadas por Brown en Montevideo, la que a las órdenes de Bouchard y acompañada por la “Constitución” bajo el comando de Russell, realizaron en 1815 una campaña al Pacífico, asistiendo Espora bajo el mando superior del almirante Brown, a las acciones del Callao y el asalto de Guayaquil, el 8 de febrero de 1816, este último.

Como es notorio, Bouchard cedió el “Halcón” a Guillermo Brown en cambio de la “Consecuencia”, presa que había capturado frente al Callao, y abandonando al Almirante frente a las costas ecuatorianas, se dirigió al Cabo de Hornos, llegando a Buenos Aires el 9 de setiembre de 1816. Espora regresó con él, habiendo desempeñado las funciones de pilotín en el viaje al Pacífico.

La “Consecuencia” rebautizada con el nombre de “La Argentina”, armada con 34 cañones y tripulada por 250 hombres, fue preparada para realizar tareas de corsario, gracias al patriotismo del Dr. Vicente Anastasio Echevarría, pariente político de Bouchard; embarcándose a su bordo el joven Espora, en calidad de oficial. El 9 de julio de 1817 zarpaba de la Ensenada de Barragán, con destino a la isla de Madagascar, en busca de los galeones de la opulenta compañía de Filipinas.

“No pocos peligros y contrariedades –dice el ilustrado historiador Angel Justiniano carranza- experimentó nuestro joven compatriota en esa laboriosa campaña de circunnavegación que debía durar dos años. Motines e incendios sofocados a bordo; encuentros sangrientos hasta con los piratas malayos en el Estrecho de Macasar, que separa a la isla de Borneo de la de Célebes; bloqueo de Filipinas; crucero en la Polinesia, Malasia y otras partes de la Oceanía; asaltos y ocupación de plazas como la de Monterrey, en el extremo litoral de California, México y América Central; toma de cañones y quema de buques enemigos o recobro de los nuestros, tales fueron algunos de los percances de aquella expedición hostilizadota, que recorrió con audacia más de cuatro mil leguas, paseando el pabellón de la joven República por mares apartados”.

“A la llegada a Valparaíso, acaecida el 17 de julio de 1819 –dice el capitán de fragata Héctor R. Ratto, en su completa biografía del héroe- vencidos los dos años de la partida, el teniente Espora podía, sí, jactarse de ser el primer oficial argentino que había contorneado el mundo”.

Como es sabido, al llegar “La Argentina” a Valparaíso, el almirante Cochrane, movido por una emulación indigna de su rango y nombre, arrebató a Bouchard aquel buque y la “Chacabuco”, junto con el rico botín que conducían, poniendo en prisión al jefe de la expedición y a sus audaces tripulaciones. Violentas reclamaciones del Gobierno de las Provincias Unidas surgieron, y el bravo coronel Mariano Necochea, que se entera que la bandera de la Patria había sido arriada de “La Argentina” y de la “Chacabuco”, mandó un piquete de Granaderos a Caballo, a bordo de ambos buques, con la orden terminante para el oficial que estaba a su cargo, de volverla a colocar al tope de sus mástiles, de buen grado o por la fuerza, orden que se cumplió al pie de la letra.

Espora estuvo embarcado en “La Argentina” hasta que pasó a mediados de 1820 en calidad de teniente 1º a la escuadra que mandaba el almirante Cochrane, embarcándose como 2º de la fragata “Peruana”, nave de 250 toneladas, según el general Espejo, y una de las 14 que formaba el convoy que condujo a las costas del Perú al Ejército Libertador, bajo el mando del general San Martín. Dicha escuadra y convoy partieron de Valparaíso el 20 de agosto de 1820, y el 7 de setiembre llegaban a la bahía de Paracas, listos a iniciar el desembarco en la playa de Pisco al día siguiente. Esposa, una vez desembarazada la escuadra de las tropas de ejército, se hizo cargo del “Spano” y tomó parte en los dos bloqueos del Callao, en aquel año, a las órdenes de Cochrane. En abril de 1821 tuvo en aquellas costas un duelo con el capitán De Kay, que se hallaba al mando del bergantín “General Brown”.

Ocupada la ciudad de Lima el 10 de julio de aquel año, el Protector del Perú premió los servicios del joven Teniente con la medalla de oro (con cinta encarnada), otorgada a los oficiales navales, y la cual llevaba el siguiente lema: “Yo fui de la escuadra libertadora”, condecoración discernida por decreto del 15 de agosto de 1821. Fue también asociado de la “Orden del Sol”, y en mérito a sus servicios, el Supremo Delegado del Perú, José Bernardo de Torre-Tagle, le extendió despachos de “capitán de corbeta graduado de la Armada del Perú”, el 12 de junio de 1822. En este carácter estuvo embarcado en las fragatas “Prueba” y “Limeña”, en la primera escuadrilla peruana creada por San Martín en 1822, y mandada sucesivamente por Foster y Blanco Encalada. Espora sirvió en calidad de ayudante de aquella escuadra, servicios que prosiguieron a principios de 1824, al regreso al Callao de la “María Isabel”, con la insignia de Blanco Encalada. Cuando tal cosa sucedió, Espora sirvió con cargo idéntico en la escuadra formada por Bolívar, denominada combinada del Perú, Colombia y Chile, que tuvo la misión de proseguir las operaciones contra el Callao, en poder de los realistas, a pesar de la derrota de Ayacucho.

En el segundo semestre de 1825, Espora regresó a Valparaíso. El capitán Roberto Foster, que se encontraba en el puerto a bordo de la “María Isabel”, preparándose para realizar la expedición a Chiloé, extendió, con fecha 1º de noviembre de aquel año, un certificado a Espora, expresando haber servido como ayudante de órdenes de aquél, por espacio de un año, en el bloqueo del Callao, “con una conducta irreprensible, desempeñando con honor varias comisiones que se le han confiado y, por consiguiente, lo considero muy suficiente para ocupar cualquier destino en su carrera”.

Reintegrado a su Patria alrededor del 1º de diciembre de 1825, en vísperas de encenderse la guerra entre la República y el Imperio del Brasil, Espora presentó sus despachos y certificados de que se ha hecho mención, y el 21 de aquel mes y año, el general Zapiola lo proponía al Gobierno, y el 13 del mes de enero siguiente, se le extendían despachos de capitán con grado de sargento mayor al servicio de la Marina, otorgándosele el mando de la “Cañonera Nº 10”, con la cual intervino e la acción naval del 9 de febrero de 1826, primer combate sostenido en aquella guerra y el que tuvo por teatro Los Pozos. En él, Espora mandó un grupo de cañoneras, y a raíz del proceso que produjo la separación de Azopardo y Warnes de sus comandos, el almirante Brown hizo una nueva distribución de estos cargos, en el cual correspondió a Espora el de la fragata “25 de Mayo”, insignia de la escuadra; seguramente, a raíz de su heroico comportamiento en el ataque nocturno a la Colonia, el 1º de marzo de aquel año, dirigiendo un grupo de cañoneras, embarcado en la “Nº 12”; hecho de armas glorioso, pero magro en resultados felices. En el parte de Brown al Presidente de la República, fechado en la Colonia, a bordo del “25 de Mayo”, el 4 de marzo, y que Espora condujo a su destino, trata a éste de “bravo soldado y hombre de honor”.

Al mando de la “25 de Mayo”, se halló Espora en la provocación frente a Montevideo, base naval de los imperiales en el Plata, que terminó con el combate con la “Nitcheroy”, en la tarde del 11 de abril de 1826, en el cual intervino también el “República”, al mando de Clark. Tanto este buque como la “25 de Mayo” tuvieron varias bajas: 1 muerto y 2 heridos, el primero; y 8 muertos y 12 heridos, el segundo. Brown, con sus buques, siguió a la Colonia, se reunió a los que cruzaban frente a aquel puerto, y regresó a Buenos Aires para reparar las averías de sus embarcaciones.

También intervino Espora en el ataque a la fragata “Emperatriz”, de 52 cañones y 400 hombres de dotación; el cual tuvo lugar a media noche del jueves 27 e abril de 1826, en que aquel buque fue atacado en el medio de la bahía de Montevideo por el almirante Brown, embarcado en la “25 de Mayo”, que mandaba Espora, quien abordó a la nave enemiga, disparándole casi a quemarropa numerosas andanadas, introduciendo la confusión y el pánico en todos los demás buques imperiales.

Cooperaron en este ataque, el bergantín “Independencia”, comando por Guillermo Bathurst y otros buques, aunque al puerto de Montevideo sólo entraron este último buque y el “25 de Mayo”. La “Emperatriz” perdió a su comandante Luis Barroso Pereira, muerto en la acción, y tuvo varias averías. Brown se retiró oportunamente, cuando había corrido la voz de alarma entre los demás buques imperiales.

Por su comportamiento en la campaña, el 31 de mayo de aquel año, Espora recibió la graduación de teniente coronel. El almirante Brown había encontrado en él el hombre que le era indispensable para dar cima s su grandiosa empresa de batir un enemigo inmensamente superior, con una escuadra improvisada; con tripulaciones tomadas de todas partes y de distintas nacionalidades sus componentes. Es evidente que la serie de triunfos que logró contra sus adversarios fueron debidas en una buena parte a la capacidad, valor, talento, decisión, audacia y patriotismo de su capitán de banderas. Este, en todo momento, dio pruebas inequívocas de que era un digno subalterno de tan insigne Jefe.

Al lado de eminente Almirante, el comandante Espora se batió con una memorable bizarría en la gloriosa jornada del 11 de junio de 1826, en la rada de Los Pozos, contra fuerzas imperiales varias veces superiores en número. En aquella ruda acción, el primer Almirante de la República fue que lanzó a sus buques la famosa orden: “Fuego rasante, que el pueblo nos contempla”.

El 30 de julio del mismo año, dura fue la jornada para el comandante Espora en el combate que tuvo lugar frente a Quilmes, contra la escuadra brasileña: la “25 de Mayo” fue completamente rodeada por naves imperiales que se le acercaban a tiro de pistola; los proyectiles del enemigo aran las baterías del buque de Espora, dejando al pasar claros muy sensibles. Una bala encadenada destroza la mayor parte de la dotación de una pieza del combés , en tanto que otras dañan sus mástiles y arboladuras, tronchando las jarcias y averiando la maniobra; la carnicería es espantosa, habiendo apenas brazos suficientes para retirar los muertos y heridos de que están sembradas las cubiertas del buque republicano. Este es cañoneado sin piedad, por babor y por estribor, de proa a popa, y ofendida hasta en el timón por los proyectiles del bergantín “Caboclo” (que mandaba el comandante John Pascoe Grenfell), y que atacó a la “25 de mayo” por popa. Espora es herido por una bala que le arranca su bocina de la mano, y sin turbarse, el valiente marino pide otra. La fragata almirante completamente desarbolada, es remolcada por dos cañoneras y conducida fuera de los fuegos imperiales, con los suyos servidos en buen orden, a pesar de las pocas fuerzas que le restan, esperando por momentos en que se hunda bajo el peso de los terribles golpes que ha recibido. Espora, inmóvil, despreciando los sufrimientos físicos de su herida, se había hecho llevar a cubierta para continuar excitando a sus denodados tripulantes, que ya no podían maniobrar sino pisando cadáveres.

“Pálido e inmóvil –dice el Dr. A. J. Caranza- con los labios cárdenos y devorado por una sed febriciente, imponiendo a la muerte con su mirada magnética, el digno capitán de la “25 de Mayo”, pidió más de una vez a los que le rodeaban y recibían sus órdenes, que por si desgracia era rendida al abordaje, echaran su cuerpo al agua para que fuera pasto de peces argentinos, antes que trofeo del enemigo de su patria”. Con 30 impactos sobre la línea de flotación y 3 bajo la misma, la “25 de Mayo” marcha completamente escorada a babor, banda que era la de sotavento, hasta llegar a mostrar los tablones de su línea de flotación con las velas mayores y gavias largadas, para neutralizar el impulso del remolque, consiguiendo llegar así, a duras penas, al fondeadero de Los Pozos, burlando la saña de una fragata y cuatro corbetas enemigas que estaban empeñadas en destruirla.

A las 5 de la tarde desembarcaron al bravo comandante herido, y el pueblo se estrecha frenético de entusiasmo, y los ciudadanos más respetables de la Capital se disputan la honra de recibir en sus brazos a Espora, “dándose por bien pagos –dice un biógrafo- los que llegan siquiera a tocar el lecho enrojecido….”. Espora llega a su morada entre vítores y clamorosa ovación, calmando sólo la inquietud general, cuando se anunció que salvaría de sus heridas. El 9 de agosto de aquel año, recibe la efectividad de su grado de sargento mayor.

El 18 de diciembre, habiéndose restablecido de sus heridas, Espora fue nombrado jefe de la bahía, pero Brown lo embarcó como comandante de la goleta “Maldonado”, que montaba 2 cañones de 24 y 6 de 12. Poco después entregó este buque a Drummond, y se le confió el mando de la isla de Martín García y batería “Constitución”, en ella levantada, con la que contuvo a la escuadra de Mariath durante la jornada del Juncal, cuando aquélla trató de navegar aguas arriba y penetrar en el río Uruguay, para ayudar a su compañero Sena Pereyra, tomando a Brown entre dos fuegos, pero el cañón de Martín García le impidió efectuar esta maniobra, quedando frente a la isla.

El jefe brasileño no hizo más esfuerzo para tentar la salvación de sus compañeros de armas en peligro, que destacar una goleta para intentar el pasaje del Canal del Infierno, la cual quedó varada, fracasando en su intento. Espora participó en la persecución, habiendo sido despachado por Brown, con dos goletas y una cañonera, para dar alcance a dos buques enemigos que huían por el Paraná, según el “British Packet” de aquellos días, las dos goletas quedaron en la boca del Guazú “mientras que el capitán Espora, en la cañonera, navegó aguas arriba”. Pero los buques adversarios habían logrado escaparse. Por su participación en aquellas operaciones, Espora recibió la medalla otorgada: “A los vencedores en aguas del Uruguay”.

Después del combate de Monte Santiago, el almirante Brown destacó a Espora con una división de cañoneras para cañonear la fragata “Paula” que había quedado varada después de la acción, pero cuando llegó Espora al lugar, ya aquella había conseguido zafar y ponerse en franquía. Mientras Brown estuvo curándose de las heridas recibidas en aquel combate, Espora ejerció el mando, arbolando su gallardetón de jefe superior a bordo de la “Maldonado”, mandada por Toll. Restablecido el comandante en jefe, el 1º de junio asumió el comando, iniciando el día 3 del mismo mes, un crucero que duró 11 días, recorriendo parte del Estuario, en el que tomó contacto con una división enemiga, que rehusó el combate. Al regreso, Espora quedó apostado en Martín García, con dos cañoneras y tres buques de otros tipos; ocupándose mientras estuvo en aquel tenedero, en la terminación de tres baterías consideradas “muy formidables”. El 18 de setiembre de 1827 recibía despachos de teniente coronel efectivo. El 9 de octubre del mismo año, el comandante general de Marina, general Matías Irigoyen, encargaba a Espora del mando de la escuadra, por haber desembarcado enfermo el almirante Guillermo Brown. Este interinato duró hasta el 11 de noviembre, fecha en que se embarcó como 2º Jefe el coronel de marina Jorge Bynnon, de mayor grado que Espora. Este había sido reemplazado en la comandancia de Martín García por el teniente coronel Artayeta.

Tomó parte en la salida que se efectuó el 7 de diciembre para auxiliar a Fournier, varado con la “Congreso” por Punta Lara, mandando Espora el “Guanaco”; y en la del 15 de enero de 1828, salida que se efectuó para acompañar el “Juncal” del mismo Fournier, en viaje para los EE.UU.. Aquel estaba en la “8 de Febrero” con otros buques argentinos, batiéndose contra 3 divisiones enemigas de 16 naves. En esta acción, Espora tuvo averías en la maniobra del mastelero de proa, quedando rezagado, por lo que corrió el riesgo de ser capturado, pero se tiró a los bajíos de Monte Santiago, burlando a sus enemigos, recostado en la costa.

El 21 de febrero, Brown, con Espora y Rosales, juntos como en la tarde inolvidable de Quilmes, combatieron durante 4 horas frente a Punta Lara, contra una división enemiga de 8 naves más poderosas, logrando la captura del corsario imperial “Fortuna”.

En el mes de marzo, el Gobierno ordenó a Espora el alistamiento de la División con la cual iba a colaborar en las operaciones que ejecutaría un ejército de las tres armas contra Río Grande, a las órdenes del general Paz. Dos embarcaciones debió alistar para aquella empresa: la “8 de Febrero” (ex “Januaria”), tomada al enemigo en el combate del Juncal; y la “Unión”, tomando el mando de la primera Espora, que tenía como 2º al sargento mayor Juan Antonio Toll; y el de la segunda, al teniente de marina Guillermo Méndez.

En el alistamiento de su fuerza, Espora desplegó un celo inusitado, haciendo salvar obstáculos que se oponían a su realización; su misión operativa era hostilizar la retaguardia del enemigo, cruzando el litoral comprendido entre Castillos y Río Grande. A las 9 de la noche del 7 de abril de 1828, zarpaba de Balizas Exteriores; el día 10 se cañoneaba con el “Carioca”, pero como su misión era operar en las costas de Río Grande, prosiguió su navegación perseguido durante 16 horas por su fuerte antagonista. En cambio, la “Unión”, menos velera, cayó en poder del enemigo, por haber ido a dar en medio de la división de Sena Pereira, unas 20 millas al Sud de la isla de Lobos.

El 16 de abril estaba Espora frente a Santa Teresa, entre punta Castillos y el Chuy, y donde debía ponerse en comunicación con el coronel Leonardo Olivera; de acuerdo a las instrucciones, izó señales de reconocimiento, que no fueron contestadas desde tierra. Al día siguiente las repitió y fueron contestadas, enviando entonces una lancha con un oficial para arreglar la cooperación con las tropas de operaciones, pero el coronel Olivera no había dejado instrucciones, al retirarse de aquel punto. El 18 barajó la costa hasta Castillos; el 20, al caer la noche, el “Caboclo”, lo sorprendió con una andanada, interviniendo Espora en paños menores (pues estaba durmiendo), para destrincar la artillería y alistarse para el combate, pero una segunda andanada que mató a un hombre e hirió a otro, fue la última que disparó el buque enemigo, que siguió viaje.

El 24 repitió frente a Santa Teresa las señales de reconocimiento, a las 9 de la mañana, despachando un bote con el capitán Raymond, teniente Martínez y 8 hombres, el cual se deshizo en las rompientes, cosa que no supo Espora sino días después, porque un violento temporal lo obligó a alejarse de la costa. Diez días permaneció cruzando entre Castillos y Santa Teresa, al cabo de los cuales, el 3 de mayo, reunió “junta de guerra”, en la que se resolvió por unanimidad aproximarse a la playa, y recuperar el bote, y en caso de no lograrlo, hacer rumbo al Norte, tratar de apresar alguna nave enemiga para reponer la “Unión”, y volver luego para intentar dar cumplimiento a las instrucciones recibidas; el 6 avistaron Río Grande y el 9 capturaron un bergantín brasileño con 7.000 arrobas de azúcar y 3.000 de café y varios cientos de rollos de tabaco, que Granville y Campbell condujeron con felicidad a la boca del Salado.

Después de internarse en el golfo de Santa Catalina, emprendieron el regreso en razón de escasear los víveres; el 25 de mayo estaban a la altura de Santa Teresa, continuando viaje. El 29 estaba la “8 de Febrero” en aguas de Samborombón, y al aclarar la niebla que había ese día por la mañana, Espora se encontró en el centro mismo de la escuadra imperial bloqueadora, al mando del capitán de fragata Juan Francisco de Oliveira Botas: 10 buques, 129 cañones y 1.200 hombres. El valiente marino republicano no trepidó un instante para cumplir con su deber. Se dirige a sus tripulantes y les dice:

“¡Ea muchachos!, ahí está el enemigo, y aunque nuestras fuerzas sean desiguales, vamos a enseñarles que somos dignos de mantener el nombre glorioso que lleva este buque. A los artilleros recomiendo la puntería, y a todos la mayor disciplina, porque seré inexorable con el que la quebrante; pero en cambio, os juro sobre esta espada y en presencia del Sol de Mayo, que si las balas respetan mi vida como otras veces, no descansaré hasta obtener que el gobierno premie con mano generosa a las familias de los que caigan en defensa de la honra nacional. Marinos y soldados del “8 de Febrero”: sólo los cobardes se rinden sin pelear, y aquí, no reconozco sino argentinos y republicanos. Compañeros, arrimen las mechas y ¡Viva la Pareia!

Palabras sublimes que tuvieron la inmediata virtud de electrizar a aquellos valientes, confundiéndose las hurras con el estampido de los 5 primeros cañonazos de estribor. En medio del terrible combate que allí tenía lugar, cuando reciamente se respondía al fuego enemigo, el “8 de Febrero” tuvo la desgracia de tocar con el timón en los bajíos de Arregui, cerca de la desembocadura del río San Clemente, quedando sin gobierno. No obstante esta situación desesperada, no decae el ánimo de Espora, decidido a jugar su última carta. Diez horas después de roto el fuego, aún ondeaba la bandera argentina en su puesto de honor; cuatro piezas desmontadas y consumidos los 900 tiros de cañón, empleándose en tacos hasta la ropa de los tripulantes; con muy sensibles bajas entre éstos, y graves averías en los palos, aguardaban aquellos valientes la caída de la noche para intentar la postrer salvación.

En tan crítica situación, Espora convoca Junta de Guerra y se resuelve evacuar la tripulación, embarcándola en una jangada hecha en el curso de la noche, con manteleros, vergas, botalones, pipería, etc., la cual estuvo lista a las 4 de la mañana y media hora después estaba a su bordo la dotación, menos Espora, Toll, 4 heridos de gravedad y los asistentes de ambos jefes. El bote remolcó la jangada a tierra. Una vez desembarcada la tripulación, la lancha debió regresar a buscar a los que quedaban, pero no habiendo llegado al amanecer, Espora izó el pabellón, saludándolo con un disparo sin bala, arriándolo enseguida.

Prisioneros de guerra, Toll y Espora permanecieron en poder de los imperiales hasta el 11 de junio, en que fueron canjeados por dos prisioneros imperiales, el capitán Eyre, tomado en Patagones, y el capitán Ferreyra, ex-comandante de la “Leal Paulistana”, capturada por Fournier y que después se llamó la “Maldonado”. Tal canje fue propuesto por el almirante Pinto Guedes y aceptado complacido por Brown.

El 18 del mismo mes de julio, Espora mandando el bergantín “Uruguay”, salía con Brown para la Ensenada; y el 23 del mismo mes, se le otorgaba el comando del “9 de Febrero”.

El 10 de octubre de 1828 ascendía a coronel graduado. El 1º de diciembre de aquel año sufrió una caída de caballo, de la que fue asistido por el Dr. Rivera, que fue cuñado de Juan Manuel de Rosas. El 6 de febrero de 1829 San Martín llegaba al puerto de Buenos Aires, y el coronel Espora era comisionado para presentarle los saludos en nombre del Gobierno.

Se hallaba a bordo de uno de los buques de la escuadra, a la sazón en desarme, cuando se le encomendó la custodia de algunos presos políticos desafectos al general Lavalle; durante la noche del 21 al 22 de mayo de 1829, el Vizconde de Vernancourt, comandante superior de las naves francesas surtas en el Río de la Plata, estacó un grupo de embarcaciones que tomaron sorpresivamente a los buques argentinos en desarme. El coronel Espora, cuya efectividad en el cargo había recibido el 20 de abril de aquel año, no se hallaba a bordo del suyo en aquellos momentos. El jefe francés parece que con semejante atropello, creyó encontraría algunos connacionales detenidos en aquellas naves inermes. Ni Tomás de Anchorena, ni otros presos políticos aceptaron la libertad que Vernancourt les ofreció, y pidieron ser trasladados a la fragata inglesa “Cadmus”. Conducido a Bahía Blanca, Espora fue a buscarlos en el “Río Bamba”, ya rebautizado “Convención”, llegando a Buenos Aires el 26 de julio de 1829. En el viaje de regreso, la habilidad maniobrera de Espora salvó a su buque de un naufragio seguro en la ensenada de Samborombón.

Cuando el coronel Rosales se sublevó con la “Sarandí”, Espora no fue utilizado en la expedición que se destacó contra aquél. Recién en noviembre 11 de 1833, cuando Francisco Lynch perdió la confianza del gobierno, Espora fue llamado para sucederle en la capitanía del puerto, nombrado Comandante General de Marina y Comisario General de Matrículas por los Restauradores. Revistó en la Plana Mayor del Ejército como coronel de infantería desde el 1º de junio de 1832 hasta el 11 de noviembre de 1833.

Los avances del Paraguay en las Misiones determinaron al gobierno de Buenos Aires a organizar una escuadrilla compuesta por los bergantines “Sarandí” (insignia) y “General Rosas”, goleta “Choele Choel”, cañonera “Porteña” y lanchón “Patriota”, cuyo comando fue confiado el 18 de abril de 1834 al coronel Espora. El abandono por parte de los paraguayos del territorio ocupado hizo desaparecer el peligro, y la escuadrilla fue desarmada en su casi totalidad, debiendo su Jefe volver a sus funciones burocráticas de la Capitanía.

En los primeros días de marzo de 1835 se publicaba en la imprenta del “Comercio” un folleto calumnioso contra Espora, en el que se le acusaba de haber participado en el movimiento del 1º de diciembre. Tal publicación dio origen a una viva polémica con sus detractores –Pedro Ximeno, José María Boneo y Mariano Maza- en la cual el marino dio a luz muchos hechos de su vida que hasta entonces no se habían publicado. Espora había solicitado una licencia de 20 días para responder a las calumnias del escrito mencionado, y el 31 de marzo, antes de fenecer aquélla, elevó su renuncia del puesto que ocupaba “para no abusar –decía- de la condescendencia de la Superioridad, ni desmentir los sentimientos con que en toda mi vida he siempre antepuesto el interés de mi Patria al propio”. Su renuncia fue aceptada el 6 de abril.

Estos acontecimientos produjeron profunda depresión moral en el coronel Espora. Desde marzo, en que era “robusto, alegre, vivo, se fue debilitando, haciéndose taciturno y separándose de la sociedad”. En junio, el doctor Martín García lo encontró sumamente debilitado y a mediados del mes siguiente su postración le obligó a guardar cama y el 25 de julio, a la una de la tarde, fallecía en su casa-quinta por los Corrales del Alto (hoy Parque de los Patricios, Buenos Aires) (1), víctima de una pleuresía complicada con una congestión cerebral.

“Al día siguiente de su deceso –dice un testigo- y pasada ya la hora que se fijó para ponerse en marcha el acompañamiento, se presentó el almirante Brown en la casa mortuoria, y disculpándose por su demora, manifestó a los deudos del finado, su sentimiento en no haber llegado a tiempo para despedirse de su amigo y compañero de fatigas. Estos dispusieron entonces satisfacerlo, mandando desclavar la tapa del féretro. El Almirante al ver el cadáver, le toma las dos manos y estrechándolas en las suyas, permanece conmovido por algunos instantes, hasta que calmándose un tanto exclamó: “¡Adiós, querido amigo y compañero de armas!”, y volviéndose a los circunstantes que contemplaban aquel cuadro extraño, añadía: “Señores, considero la espada de este valiente oficial, una de las primeras de América, y más de una vez admiré su conducta en el peligro. Es lástima que un marino tan ilustre, haya pertenecido a un país que todavía no sabe valorar los servicios de sus buenos hijos. Este joven hubiera sido feliz en Europa, y su familia, honrada después de sus días….”.

“Todos los del cortejo quedaron mustios, y algunos sollozaban en silencio, volviendo a cerrarse el cajón que contenía tantas glorias….”.

En su sepelio, en la tarde del 26, despidió sus restos Francisco Agustín Wright, su antiguo condiscípulo del colegio.

El coronel Espora se casó en Chile, el 11 de setiembre de 1823, con María del Carmen Chiclana, sobrina del prócer de Mayo, con la que tuvo 7 hijos: 3 varones y 4 mujeres. Su viuda le sobrevivió hasta el 1º de junio de 1863, en que falleció en la inopia en esta Capital, a los 59 años de edad.

Referencia

(1) Situada en Av. Caseros 2522, tras cambiar numerosas veces de dueño, fue propiedad de doña Enriqueta Macay de Podestá, quien la donó al Estado, en 1959, con destino, a la entonces Secretaría de Marina. Dos años después se la declaró Monumento Histórico Nacional y, desde 1963, se transformó en el Museo Naval “Coronel de Marina Tomás Espora”.



fuente: www.revisionistas.com.ar

sábado, 17 de julio de 2010

18 de julio -Efemerides- Grandes batallas argentinas.


Batalla de Boquerón –

Después de los últimos contrastes y de la batalla de Tuyutí del 24 de mayo de 1866, en la que el ejército paraguayo perdió más de doce mil soldados (1) fue reorganizado de nuevo dando de alta a seis mil esclavos y otros contingentes que lo elevaron a treinta mil hombres. Estos elementos eran inferiores en todo sentido al ejército veterano aniquilado anteriormente; ancianos, muchachos, convalecientes, todo fue a las filas para formar aquella nueva masa de combatientes; un ejército escuálido, pero fanático y esclavo, en el que la obediencia pasiva se llevó hasta el último grado, y no desmintió un solo momento su buena reputación, aunque no tenía la misma solidez de su antecesor.



En esta situación, después de haber adiestrado López en continuas maniobras y ejercicios de fuego a estas nuevas tropas, y en los combates del 10 y del 11 de julio, donde como siempre comprometió un puñado de hombres que fueron rechazados, trató de extender su línea fortificada de la derecha, de manera que tomase el flanco izquierdo de las posiciones de los aliados. Como se ve era atrevida la empresa, encarnando en sí un plan tan descabellado, como suponer que el ejército aliado permanecería impasible ante tanta audacia, que lo obligaría a retroceder vergonzosamente allende el Estero Bellaco.



Thompson repite lo que dice el semanario de la Asunción, que la mente de López al provocar esta batalla, fue con la intención de obligar a los aliados a llevarle un ataque a sus posiciones. La tenacidad de los ataques paraguayos en este episodio, desmiente lo bastante semejante aserción. (2)



Primero tuvo la idea de colocar una pieza de artillería en un lugar denominado Punta Naró, que se encuentra en el linde del bosque del Sauce, sitio próximo al campamento del general Flores y que descaradamente enfilaba aquella posición, de modo que para atacar ese punto hubiera sido necesario sufrir los fuegos de la batería del potrero Sauce y de la del Paso Gómez.



Este plan primitivo fue abandonado, ordenando entonces López un prolijo reconocimiento el día 13 en el terreno comprendido entre la trinchera del Potrero Sauce y Potrero Piris, que forma propiamente la selva del Sauce, con el propósito de hacer construir durante la noche una trinchera que abraza el espacio situado entre la isla Carapá (3), Punta Naró y Potrero Piris, que se extendía sobre dos elevaciones de terreno limitadas al Este por un bañado situado sobre el frente de la posición que ocupaban los orientales. Cerraba esta trinchera los dos boquetes de los caminos que salían al Este y que se comunicaban interiormente como ya lo explicamos al referirnos a la selva del Sauce, estableciendo en la que cerraba la desembocadura del camino que va a Potrero Sauce una batería: atrevida posición que comprometía el flanco izquierdo de los brasileros y la retaguardia del general Flores. Esto hacía insostenible aquella situación: era arrojarnos a Itapirú.



La audacia de López no tenía límites, porque era una audacia que nuca puso en peligro su vida, y lo peor es que la hacía servir a sus empresas mal preparadas, sacrificando sin provecho un ejército que debió siempre conservar.



La selva situada entre Potrero Piris y Potrero Sauce, puede decirse que era terreno neutral; ninguno de los adversarios la ocupaba, y ambos se limitaban a más o menos reconocimientos diarios, que exploraban sus abras y senderos, y el gran camino que entrando por la parte Este de la selva, concluía en la trinchera del Potrero Sauce. (4)



El general Díaz, el coronel Aquino y el mayor de ingenieros Thompson, con 50 rifleros, fueron los encargados de ejecutar el reconocimiento a que antes nos hemos referido, y cumpliendo ese mismo día su comisión, volvieron sin que nadie les molestase, a dar cuenta de que la trinchera era practicable.



López no esperó más tiempo, e inmediatamente hizo reunir 700 palas y zapapicos y ordenó a los batallones 6 y 7 que se reconcentrasen en Potrero Sauce, con la orden de estar prontos para marchar. La elección de estos cuerpos se hacía a causa de haber sido los constructores de los terraplenes y trincheras de Humaitá. (5)



A la entrada de la noche se les distribuyeron los instrumentos de zapa, y se pusieron en marcha bajo las órdenes del coronel Aquino y del mayor de ingenieros Thompson. Una vez llegados al punto de su destino, se destacó a vanguardia una guerrilla que protegiera los trabajos, ocultando astutamente su presencia en aquel campo sembrado con los cadáveres momificados de la batalla del 24 de mayo, de modo que era difícil distinguir a los vivos de los muertos. (6) Entonces el mayor Thompson, a la luz de una linterna que estaba colocada a la extremidad opuesta, y oculta al enemigo por un cuero. (7) hizo trazar la línea de la trinchera que debía dar lugar a tan sangrientos y rudos combates.



En esa misma noche, con la rapidez con que efectuaban los paraguayos los trabajos de zapa, pudieron construir como mil metros de trinchera, dividiendo aquella obra en dos segmentos, de los cuales el menos extenso era el que más próximo se encontraba al Potrero Piris y cerraba el primer boquete, y el segundo el camino que iba a la trinchera del Potrero Sauce.



Como el foso se construía a la ligera no le dieron en aquel momento más ancho y profundidad que un metro, arrojando la tierra al frente con el objeto de resguardarse de los fuegos del enemigo, para más tarde construir el parapeto del lado opuesto.



Eminente era, pues, la necesidad de sostener esta posición, que los aliados no tolerarían, en consecuencia, estableció López cuatro batallones en una abra próxima y de este lado de la trinchera del Potrero Sauce. Estas tropas se mantenían a las órdenes del coronel Aquino, quien a su vez debía cumplir las instrucciones del general Díaz, jefe superior de las operaciones que iban a sobrevenir.



Los trabajos se efectuaban como a setecientos metros del ejército brasilero, pero como el servicio de seguridad se había descuidado mucho por esa parte, como sucede en las largas campañas, (8) no echó de ver aquel el peligro que oculto lo amenazaba, y si acaso sospechó la obra del enemigo escondido entre el bosque, por el ruido que debieron hacer los trabajadores al chocar sus instrumentos de zapa, creerían oportuno no aventurarse en una noche tenebrosa a un tanteo entre tinieblas, que no daría más resultado que la pérdida de algunos hombres.



Amaneció el día 14 y se pudo ver bien distintamente a corta distancia una trinchera en comienzo, que flanqueaba audazmente al ejército aliado.



Inmediatamente se ordenó un reconocimiento, que comprobó los trabajos enemigos y los preparativos para artillarlos con cuatro piezas que se creyó descubrir entre ramas de árboles. Entonces se tocó generala y el ejército brasilero se puso sobre las armas.



En esta circunstancia la artillería de la vanguardia y la de la 2ª línea rompieron un nutrido fuego, esperando que con esta demostración serían disuadidos los paraguayos de su loca empresa. Después de una hora de fuego avanzó hacia el bosque una línea de tiradores de las fuerzas de la vanguardia. Ante esta actitud los paraguayos de infantería y caballería que estaban fuera del bosque se replegaron a El Boquerón y solo quedaron ocultos los trabajadores, que cerraban a toda prisa con una trinchera este acceso. A esta fuerza durante todo el día 14 se le hizo fuego; continuando en igual situación el cañoneo el día 15.



Pero se apercibieron bien pronto nuestros aliados de que se perfeccionaban las obras del adversario, y que si se les daba tiempo, aquella temeraria empresa iba a comprometer gravemente la situación del ejército imperial. En consecuencia, desde el primer momento, en consejo de generales, se resolvió tomar la trinchera. Entonces fue que ordenó el general Polidoro, (9) reciente sucesor del general Osorio, que en esa misma noche (15 de julio) la 4ª división de infantería del brigadier Souza, 4 piezas de artillería y una compañía de zapadores, avanzase con cautela por la margen derecha del bosque que está cercano al Potrero Piris, y que se emboscase en un albardón próximo a la trinchera menos extensa, situada entre un bañado y la orilla del bosque del Sauce. Esta trinchera cerraba el primer boquete y estaba construida en una pequeña elevación del terreno; de manera que al despertar el día pudiera recorrer aquella fuerza con rápido impulso el corto espacio que la separaba del objetivo, y caer por sorpresa al enemigo.



Como esta operación debía ser apoyada por una reserva, se encomendó al general Mena Barreto la ocupación del Potrero Piris con la brigada de infantería del coronel Bello y 2 piezas de campaña, teniendo en ese primer momento como misión especial establecer su comunicación con la división Souza por algunos de los caminos que conducían al punto donde se suponía que iba a tener lugar la refriega, y resistir cualquier movimiento envolvente que sobre aquella división trajera el enemigo. Más tarde tomaron otro aspecto estas disposiciones y en su lugar haremos su relato.



Además de estas disposiciones fue reforzado el general Flores con dos piezas de campaña que unidas a otras dos que poseía este general en la izquierda de sus atrincheramientos, podían desde allí batir con ventaja la derecha de la nueva trinchera paraguaya.



3.000 soldados formaban en las filas de la división Sousa, esparcidos en la 11º y 13º brigada; la primera a las órdenes del coronel Guimaraens y la segunda a las del brigadier Pereira.



Constituían la 11º brigada los batallones 10 y 14 de línea y 20 y 31 de voluntarios, y la 13º el 12 de línea, y el 1, 19 y 24 de voluntarios.



A las 5.30 de la mañana se lanzaron los brasileros a la batalla atronando el espacio con un hurra imponente.



El avance fue bizarro; aquellos ocho batallones cargaron con decisión a la nueva trinchera; los paraguayos aunque sorprendidos en el primer momento, reaccionaron, y resistieron con tenacidad y dando más solidez a la defensa, reconcentraron las fuerzas que tenían esparcidas en algunos puntos próximos al combate.



Al mismo tiempo apoyaba este ataque la artillería del general Flores, cuyo fuego, combinado con el de la infantería brasilera, hizo sufrir al enemigo grandes pérdidas. Después de una hora de combate tenaz en que parecía inquebrantable la resistencia de los paraguayos, los batallones 20 y 31 de voluntarios apoyados por el 10 y el 14 de línea, haciendo un supremo esfuerzo arremetieron a la bayoneta y conquistaron la posición, apoderándose como trofeo de gran número de armas, 2 coheteras y 146 instrumentos de zapa. Con los que continuaban los paraguayos la construcción de sus obras.



Una vez perdida esta primera posición, retirose el enemigo a su espalda, y ocupando otro punto volvió a resistir nuevamente. Pero también allí fue convulsionado por los fuegos de la infantería y artillería brasilera y oriental. Cedió el terreno por un momento, corriéndose a la izquierda de la nueva posición, y esparcidos en la espesura del bosque continuaron el combate esperando los esfuerzos que no tardaron en llegar.



El coronel Aquino volvió con tropas de refresco y atacó a los brasileros, haciendo esfuerzos constantes para reconquistar la posición perdida. Se vio entonces una lucha sangrienta y despiadada; tres veces atacaron los paraguayos y tres veces fueron rechazados y perseguidos hasta la otra trinchera donde reforzados con nuevos combatientes repelían a su vez a los brasileros, apoyados por las cuatro piezas que allí habían establecido, las coheteras, y la artillería del Potrero Sauce y Paso Gómez, cuyos sostenidos fuegos se dirigían tanto al campamento de la vanguardia como a la trinchera tomada por las tropas imperiales. Cesaba el avance a la bayoneta y continuaba el fuego tremendo que cubría con una capa espesa de humo aquella selva sombría donde tenía lugar tan reñido combate.



Cuando eran rechazados los paraguayos, se escurrían por el bosque prosiguiendo rudamente la batalla. Aquella táctica entonces era difícil para los brasileros, porque oculto el enemigo entre los árboles y el malezal no presentaba blanco; el humo de los disparos sólo anunciaba su presencia, y el retumbar de las detonaciones parecía tan unísono y tan solemne, que al sentirlo a la distancia semejaba un trueno infinito, algo tan grande como el estremecimiento grandioso de una inmensa tempestad.



Los brasileños se sostuvieron firmes, transformando la sucesión de esfuerzos en una batalla tenaz aquel sangriento episodio.



El combate tenía lugar en un terreno estrecho y encajonado, donde los batallones se sucedían a los batallones, combatiendo encarnizadamente sin un momento de descanso.



Desde las seis y media hasta las nueve de la mañana, los paraguayos mandados siempre por el coronel Aquino, tentaron los más vivos esfuerzos para recuperar la posición perdida, no sólo lanzando su infantería, sino hasta caballería desmontada que venía enarbolando sus sables, blandiendo sus lanzas y atronando el espacio con alaridos salvajes. La lucha se hacía cada vez más sangrienta, acaeciendo este combate, no solamente en los bosques, sino en el estrecho desfiladero que separaba de la primera a la segunda trinchera. En un momento crítico en que el general Sousa había comprometido casi todas sus reservas, fue reforzado con dos piezas de artillería al mando del teniente Acevedo y a las siete de la mañana con los batallones 6 de línea y 9 de voluntarios al mando del teniente coronel Paranhos.



A las siete y media el 46 de voluntarios, seguido poco después por el 8 y el 16 de línea, marchó a incorporarse a los combatientes.



Era un desorden aquella batalla incesante. La naturaleza del terreno impedía poner en planta un plan regular; allí no existía un lugar bastante descubierto para el despliegue de una brigada, y haciéndose éste imperfecto y con grandes dificultades, las pequeñas unidades de fuerza estaban entregadas a sí mismas; los batallones se batían sin formación, en fragmentos, sólo por su cuenta, sin disciplina; retrocedían, avanzaban, sin establecer mutuamente la ligazón a causa del bosque; la dirección era difícil; esa batalla entre una espesura era algo individual que se escapaba a la autoridad del mando y a una línea bien sostenida de combate.



El general Sousa comprendió aquella situación y cesó de ejecutar ataques infructuosos a la otra trinchera (10) que cerraba el camino que se dirigía a la del Potrero Sauce, y se replegó a la posición, conquistada con raudales de sangre brasilera que marcará siempre con glorioso recuerdo ese día.



En una de las ofensivas que tomaron los paraguayos en ese va y viene de ataques y rechazos, el coronel Aquino fue herido mortalmente por pelear como soldado. (11)



Mientras tanto, en el Potrero Piris, además de la brigada Bello, se vio como refuerzo 3 regimientos de caballería desmontada y armados con fusiles, ascendiendo estas fuerzas a 1.600 hombres.



El general Mena Barreto ordenó entonces al coronel Bello que con la fuerza de su brigada (12) tratase de penetrar por una picada que se encuentra al borde del gran carrizal, con el intento de envolver el flanco derecho del enemigo y tomarlo por la retaguardia. Estas tropas avanzaron por el estrecho desfiladero hasta cierta distancia de la derecha de la posición de López en el Potrero Sauce, pero desde allí retrocedieron juzgándolo temerario, en razón de la escasa fuerza que llevaban, no pudiendo por consecuencia llenar su propósito que era atacar por un flanco o por la retaguardia al adversario que combatía con la división Sousa. Además de lo que hemos dicho, las dificultades del terreno hicieron abandonar en su comienzo esta operación, que llevada a cabo, era de presumir, tal vez, la sorpresa del enemigo, o por lo menos su forzosa retirada a su línea principal. (13)



Exhaustas de fatiga las tropas del general Sousa, fueron relevadas a las 9.30 de la mañana por lo restante de la 1ª división al mando del general Argollo, pues los batallones que anteriormente mencionamos viniendo en auxilio del general Sousa pertenecían a esta unidad de fuerza y formaban la 8ª brigada.



El general Argollo se estableció en la trinchera conquistada con la 10ª brigada, dejando allí próxima como reserva a la 8ª.



La 10ª brigada era mandada por el teniente coronel Rocha y se componía de los batallones 13 de línea. 20, 22 y 26 de voluntarios.



Al primer golpe de vista abarcó el ilustre general aquella situación, implantó el orden y dispuso sus tropas con pericia, y alentándolas con su ejemplo; no se economizó un solo momento el peligro.



El fuego continuó, disminuyendo a eso de las 10 de la mañana, lo que daba a comprender que el enemigo había desistido de su aventurada empresa, siendo esta causa la que promovió la retirada de los batallones 6 de línea y 2 de voluntarios de la brigada Paranhos.



Serían las dos de la tarde cuando sintió el general Argollo que se reforzaban los paraguayos, e inmediatamente dio aviso al general Polidoro.



Al momento fueron enviados de nuevo los batallones que recientemente se habían retirado.



Apenas tuvieron tiempo de alcanzar a la trinchera, cuando fue atacada vigorosamente por los paraguayos, acaudillados por el coronel Giménez, que había sustituido al bravo Aquino.



Las instrucciones que tenía el general Días, eran terminantes sobre la conquista a todo trance de la posición perdida. Con tal orden y con tales ejecutantes, debió constituir un empeño heroico aquel asalto, y así fue, porque ruda y tenaz trabose una lucha encarnizada, en que al principio parecía que la violencia del ataque obtenía ventajas, pero reforzados los brasileros con los batallones 14 de línea, 2 y 31 de voluntarios de la brigada de Guimaraens (14) repelieron el violento avance de aquel enemigo inquebrantable.



En estas circunstancias, las fuerzas combatientes del general Argollo alcanzaron a 13 batallones y pudieron así rechazar las cuatro embestidas que le trajo el empecinado coronel Giménez.



Estos repetidos ataques se extendían violentos al frente y a los flancos de la posición de los brasileros, y una gritería infernal se confundía a la detonación de las bombas, de los cohetes y al chisporroteo de la fusilería; aquel desorden grandioso era más digno de la fantasía que del arte de la guerra.



Desde este momento continuó el fuego incesante, sin tregua, al acaso; pero sin producir grandes pérdidas; la mosquetería se dirigía donde se suponía el enemigo; sin alcanzar a distinguirlo a causa de la espesa humareda que cubría como una inmensa nube el perímetro del combate, y del resguardo de los combatientes en los abrigos del terreno.



En esta situación, viendo el general Polidoro que cada vez aumentaban más los refuerzos del enemigo, aproximó la división Conesa al campo de batalla. (15)



A las tres y media de la tare esta división ocupó el Potrero Piris, como reserva de las fuerzas combatientes, y enseguida se aproximó en protección de la división Argollo, que combatía con tenacidad en la trinchera, que en ese momento abandonaban los paraguayos.



Esta fuerza argentina avanzó a paso de trote, llevando a su frente al valiente coronel Conesa, que a pesar de estar gravemente enfermo, marchaba erguido como buscando aliento en el fuego de la batalla.



Hizo alto a cierta distancia del campo de la lucha, donde se situó como reserva, para cumplir la orden de enviar algunos de sus batallones a la trinchera ocupada por las fuerzas del general Argollo. El primer batallón que avanzó con este objeto, fue el 2º a las órdenes del capitán Levalle, relevando a una parte de las tropas brasileras, que estaban exhaustas de fatiga; le seguía como inmediato sostén el 3º, mandado por el mayor Tarragona, que oficiosamente había tomado en ese día, ambicionando nuevos laureles, el mando de dicho cuerpo. Cuando el 2º agotó sus municiones en un fuego continuado y sin descanso, avanzó el 3º a tomar la colocación del batallón de Levalle, y éste retrocedió a la reserva. Reemplazó a estas dos unidades de fuerza, en el mismo orden y sistema de combate, la 4ª brigada a las órdenes del coronel Agüero, formada por el 4º, mandado por el mayor Racero, y el 5º a las órdenes del mayor Dardo Rocha.



Alternando de este modo, y en un relevo continuo, pasaron una parte de ese día hasta las diez de la noche, sin que cesara la crepitación de un fuego sostenido y sin descanso.



A esta hora la división Argollo fue relevada por 5 batallones de la 6ª división al mando del general Victorino. Después de este momento cesó el combate; el enemigo se retiró, dejando solamente algunos grupos sin importancia, que de cuando en cuando lanzaban cohetes y uno que otro metrallazo que se les contestaba sin demora.



Amaneció el día 17, y en las primeras horas de la mañana fue relevada la división Conesa por la del coronel Domínguez.



Durante el combate del día 16, las pérdidas de aquella división se redujeron a 3 muertos y 41 heridos; entre los últimos estaban los capitanes Levalle, Vital Quirno, Juan Manuel Rosas y el teniente Pedro Acevedo.



También tuvimos una pérdida irreparable. El coronel García, Jefe del Regimiento San Martín; siempre en la lidia, siempre en el fuego, fue herido en la mañana del día 16 guiando a la división Sousa por los puntos donde debía atacar; pues siendo el conocedor del terreno, no había querido fiar a nadie esta comisión. Oficioso y alegre acompañaba al general brasilero, como quien va a una fiesta.



En esta batalla el ejército brasilero se batió gallardamente; avanzó con violencia y resistió con sangre fría; y empeñoso y tenaz en la lucha, fue digno émulo del valeroso y audaz adversario, y atestiguó su faena de dieciséis horas sin descanso y con coraje, sufriendo la mayor pérdida. (16)



Quedaron en el campo 153 oficiales y 1.899 individuos de tropa. Entre los primeros que sucumbieron se contaba el coronel Machado, jefe del 31 de voluntarios, el teniente coronel Martini del 14 de línea y el capitán Gómez que lo reemplazó, del mismo cuerpo; el mayor Lima, fiscal del 46 de voluntarios, y heridos fueron 11 tenientes coroneles y mayores.



Continuó el 17 el cañoneo a intervalos, y se produjo alguna que otra pequeña escaramuza entre las fuerzas avanzadas de ambos combatientes.



Los inútiles esfuerzos del ejército paraguayo demostraron claramente a su caudillo lo aventurado de la empresa, y más prudente por la lección recibida, aprovechó de nuestra inacción del 17 para hacer retirar las piezas establecidas en la trinchera avanzada que cerraba el camino que conducía a la línea del Sauce. El teniente coronel Roa las traspuso a ese punto, dejando en aquella posición una fuerza de infantería a las órdenes del mayor Coronel.



Mientras que esto sucedía se concentraban al Potrero Sauce fuerte columnas, todas a las órdenes del general Díaz, predilecto lidiador de López, dejando sin embargo la dirección de la artillería al general Bruguez.



Retiradas las piezas quedó una fuerza de infantería de este lado de la línea del Sauce, que esparcida en el bosque debía tantear la mayor resistencia, de modo que al avanzar los aliados sintiesen en el trayecto una firme oposición, viéndose en el caso de conquistar el terreno palmo a palmo; y cuando fatigados por esta lucha penetrasen en el bosque disminuidos y en desorden, fuesen barridos por el plomo y el fierro de sus fortificaciones, y aún admitiendo la hipótesis que llegasen a la contra escarpa, sufriesen el rechazo por el esfuerzo violento de las tropas de refresco que sostendrían a los defensores de la posición.



Cuando se establecen estas suposiciones, y se lee el relato del avance de la división Domínguez el día 18, el orgullo nacional calienta el corazón ante la hazaña de los 800 milicianos argentinos.



Puede muy bien decirse que durante el día 17 descansaron los combatientes de las fatigas anteriores, para volver a empezar con nuevos brios la pugna el 18 de julio, que será siempre una fecha memorable para aquellos que combatieron valerosamente cuerpo a cuerpo y brazo a brazo, y cayeron como héroes legendarios.



Este día de tan nobles recuerdos para los argentinos, amaneció claro, con un cielo límpido que sólo interrumpían allá en el horizonte, las nubes formadas por el humo de los cañones, semejantes a gruesos copos de nieve.



Desde muy temprano dio comienzo el bombardeo, lanzando sin cesar los aliados, multitud de proyectiles al campo enemigo; contestando desde allí a su vez con sus famosas granadas de 68, y aquellos inmensos cohetes de largo alcance.



Algún tiempo después, se inició el avance sobre la posición paraguaya, por la parte exterior e interior del bosque, atacando la trinchera avanzada que formaba el segmento más extenso y que situada en una pequeña altura, aún no estaba concluida; limitándose a un foso imperfecto que cerraba el ancho camino que va al Potrero Sauce.



Este ataque fue llevado por el general Victorino obedeciendo las órdenes del general Flores.



Este general ordenó a los batallones 16 de Voluntarios, y Voluntario Independiente, que envolviese la derecha de la posición, protegiendo esta operación el 15 de Voluntarios y el 7 de línea.



Al poner en ejecución este movimiento, se incorporaron estos cuerpos a los batallones 2 y 5 de línea, y 3, 21 y 30 de Voluntarios de la división Victorino, que habían avanzado sobre la posición paraguaya, apoyados por los batallones de la división Sousa 1, 19, 24 y 31 de Voluntarios, y 7 y 10 de línea, que en aquel momento estaban a las órdenes del general Victorino, y que constituían la reserva del ataque.



Loa paraguayos, a las órdenes del mayor Coronel, se replegaron con sus coheteras a la línea del Sauce, continuando en su trayecto de retirada un fuego vivo y sostenido, siendo protegidos por la artillería del general Bruguez que ocasionaba grandes estragos a las fuerzas asaltantes.



En este combate fue muerto el mayor Coronel jefe de las fuerzas paraguayas que debían disputarnos el terreno de este lado de la trinchera del Potrero Sauce; oficial que desde el principio de la guerra había asistido a casi todos los combates, y distinguiéndose por su valor y decisión.



El entusiasmo y el ardor de la lucha llevó más lejos a los combatientes y modificó las instrucciones recibidas que se limitaban al desalojo de la nueva trinchera.



Estas fuerzas victoriosas en este punto, avanzaron resueltamente por el camino que va a la trinchera del Potrero Sauce, y los batallones brasileros 2 y 7 de línea y 15, 21, 30 y 31 de Voluntarios, cargaron por distintos puntos a la posición enemiga.



Este brioso empuje, pero desordenado, alcanzó hasta cierta distancia de la contra escarpa de la batería del Sauce; pero al momento tuvieron que replegarse ametrallados por los fuegos del frente y de los flancos. Retrocedieron los batallones con más orden que el que habían atacado, imponiendo al adversario con la serenidad de aquella marcha retrógrada.



La constancia de los repetidos ataques de los aliados ejercían dominante una supremacía bien definida sobre las tropas paraguayas, y fue esta la causa, que aunque vencedores con el rechazo, se limitaban apenas a una corta ofensiva, que aprovechaban con alborozo, para asesinar impunemente a nuestros infortunados heridos, tendidos cerca de sus posiciones.



De corto alcance era, pues, su ofensiva, volviendo enseguida detrás de sus parapetos a esperar nuevos ataques.



Mientras que esto sucedía, el general Polidoro reforzaba la fuerza de Mena Barreto con los batallones 8 y 16 de línea y 10 de voluntarios, y el 2º y 3º regimientos de caballería ligera y un cuerpo de guardias nacionales, armados todos como infantería, con la brigada de cazadores a caballo del 2º cuerpo. Esta fuerza debía operar una seria demostración para distraer la atención del enemigo des punto principal, y ocupar al mismo tiempo una posición avanzada.



Los batallones 3 y 4 de infantería avanzaron por una picada construida sobre la orilla Oeste de la selva del Sauce que conduce a la línea principal y que arranca del Potrero Piris (17) llevando el intento de envolver la derecha del enemigo. Después de grandes dificultades pudieron ponerse al frente del adversario, pero con tales desventajas, que siendo rechazados, ocuparon nuevamente una posición más a retaguardia en donde se mantuvieron firmes, construyendo una obra avanzada y guardaron al mismo tiempo, puede decirse, el flanco izquierdo de nuestras tropas combatientes.



Frustrada la primera tentativa sobre la trinchera del Potrero Sauce, ordenó el general Flores al coronel Domínguez, que obedeciese órdenes del coronel Pallejas y atacase de nuevo la posición.



El coronel Domínguez que mandaba una división, y que por su edad y antigüedad podía aspirar al mando superior, con noble abnegación se puso a las órdenes del coronel Pallejas, y más tarde veremos que aquella vieja amistad de un día, fue interrumpida por un momento por ese inexorable destino que condena casi siempre a los militares de batallar continuo, a una muerte segura en el campo de batalla.



Referencias



(1) Al comienzo de la guerra constaba el ejército paraguayo y sus depósitos de 60.000 hombres. En la época de la batalla del 24 de mayo estaba ya reducido a 24.000 soldados en Tuyutí y 14.000 en Humaitá, el resto había muerto o estaba prisionero.

(2) Sobre el ataque del 18 de julio el general Victoriano arroja la responsabilidad al general Flores, y se ha dicho que fue por iniciativa de Palleja que se llevó a cabo.

(3) Se denominaba así a la elevación de terreno donde está situada la desembocadura al Este del camino que va a Potrero Sauce. A este punto se ha llamado después el Boquerón.

(4) A la desembocadura de este camino han llamado El Boquerón.

(5) Thompson.

(6) Thompson.

(7) Thompson.

(8) Napoleón dice con mucha razón que “las largas campañas corrompen la disciplina”.

(9) Comprendiendo la gravedad de la situación, el general Osorio dio aviso de lo que sucedía el día 14 al general Emilio Mitre. Este le indicó la urgencia de posesionarse inmediatamente de la posición paraguaya y agregó: “si se toma la trinchera hoy (14) costará 200 hombres, mañana 500, y después quién sabe, pues con arreglo a las defensas que el enemigo vaya construyendo serán nuestras pérdidas”. El general Osorio contestó: “que estando el general Polidoro en Itapirú, no deseaba privarle del honor de ser el general de esta jornada”. Vino el general Polidoro y objetó: “que recién se recibía del ejército y que necesitaba conocer su situación”; a lo que replicó el general Mitre: “Ayer dije al general Osorio que la toma de la trinchera nos costaría 200 hombres y que hoy 500; pues bien, ahora digo a V. E. que mañana o pasado perderemos más de 1.000”. ¡Tenía razón quedaron en el campo de la lucha 4.621 combatientes!

(10) Esta trinchera estaba construida en una elevación de terreno denominado Isla Carapá.

(11) Según Thompson, este jefe que mandaba las fuerzas paraguayas que tomaron la ofensiva sobre las tropas rechazadas de la línea del Sauce, el 18 de julio, manifestó el deseo de matar por su propia mano algunos enemigos. Picó espuelas al caballo y dio muerte al primero que encontró a su paso, pero otro que allí cerca estaba le metió una bala en el vientre. Antes de morir fue promovido al rango de general. Thompson padece un error en la fecha. Aquino fue herido el 16 y murió el 19 de julio.

(12) 3 y 4 de línea, 4 y 14 de voluntarios.

(13) Sauce.

(14) 14ª brigada.

(15) En la conferencia que tuvo el general Emilio Mitre con los generales Polidoro, Osorio y Flores, quedó convenido que el ejército argentino apoyaría con una división el avance de los brasileros.

(16) El coronel Palleja testigo presencial y pluma autorizada, elogia la actitud de las tropas brasileras, y a varios jefes argentinos he oído lo mismo.

(17) Esta picada y otras, fueron construidas por orden de López antes de la batalla del 24 de mayo con el intento de que por ese camino trajera Barrios su oculto ataque.




Batalla de Acayuazá – 18 de julio de 1868



Guerra del Paraguay. Sofocada la revolución del interior y ya de regreso la mayor parte de los cuerpos retirados del frente para combatirla, aumentaba aún más en los argentinos el deseo de que se aceleren las operaciones. Quienes venían de la guerra civil, anhelaban volver definitivamente a sus hogares. Había que desplegar todo el empuje y el valor de aquellos cuerpos prematuramente envejecidos por las penurias de casi tres años de campaña, para poner fin a la contienda. Así pensaban los que se aprestaban a participar en las operaciones sobre la fortaleza de Humaitá.



Sin embargo el mariscal Francisco Solano López levantaba nuevas fortificaciones sobre el Timbó, que podían tornar dificultoso lograr el objetivo. De ahí que en mayo de 1868, argentinos y brasileños desplegaran sus fuerzas para cerrar el cerco y obstaculizar los trabajos de apuntalamiento. El mando aliado designó al frente de las tropas argentinas allí destacadas a Ignacio Rivas. Como se sabe, el general se pintaba solo para los ataques vigorosos y no escatimaba la vida de sus hombres ni la propia existencia cuando le ordenaban tomar una posición. Y pidió como jefe de estado mayor al coronel Miguel Martínez de Hoz, otro arriesgado.



En un ataque a la bayoneta, el 5 de línea, con este último al frente, ocupó el 30 de mayo de 1868 una batería de importancia táctica que protegía con sus fuegos a Humaitá. Un mes y medio más tarde, Rivas decidió realizar un reconocimiento sobre un reducto artillado construido por el coronel Caballero. Para efectuar la operación, el grueso de los sus efectivos debían ocupar uno de los puentes situados sobre el río Acayuazá, con el fin de permitir que una guerrilla lo cruzara y realizara dicha tarea. Martínez de Hoz partió con su batallón; con el Cazadores de la Rioja, comandado por el teniente coronel Gaspar Campos, y con otros dos cuerpos brasileños. Además llevaba como elemento de choque una partida formada por 40 hombres escogidos.



Era el 18 de julio. Los aliados marchaban en columnas paralelas: los brasileños por el monte y los argentinos por la costa. Estos últimos, al llegar al puente, arrollaron a los paraguayos, que fingían dispersarse para obligarlos a entrar el propio terreno. Martínez de Hoz y Campos se dejaron llevar por su temeridad indómita y se pusieron al frente de la guerrilla, que se lanzó en persecución de manera desenfrenada. Los Cazadores de la Rioja habían quedado sobre el puente, sin tener quien los mandara, y los brasileños estaban lejos. Pasaron así por el punto en que estaba oculto el capitán paraguayo Taboada, sin advertir su presencia. El Reducto Corá no daba señales de vida. Cuando los dos jefes advirtieron la maniobra era tarde. De pronto la artillería lanzó sobre los aliados una furiosa andanada. Martínez de Hoz despachó a su ayudante con un pedido de refuerzos al general Rivas, le ordenó a Campos que tratase de desplegar una compañía de su batallón y se dispuso a vender cara la vida. El coronel y sus hombres fueron rodeados y acribillados a bayonetazos y lanzazos, pues no quisieron rendirse por más que el Cnl. Bernardino Caballero, admirado por la presencia de ánimo de su adversario lo invitó a deponer las armas.



Mientras tanto las tropas brasileñas huyeron siendo acuchilladas por la espalda hasta las proximidades de Andaí.



Campos llegó al puente, tomó la bandera de su unidad, la hizo flamear por última vez con el fin de que la contemplasen sus soldados, y la arrojó al río para que no la tomase el enemigo. De inmediato volvió con algunos de sus hombres al lugar en que expiraba Martínez de Hoz y, tras resistirse con furia, fue tomado prisionero. Al saber lo ocurrido, el mariscal López dispuso que se lo condujera a San Fernando con los demás sobrevivientes. El gallardo jefe argentino corrió después la suerte del ejército paraguayo, sufrió con él sus penurias y privaciones, pero mereció siempre los respetos debidos por parte del enemigo. Enfermó gravemente de disentería en la retirada al Pikisyry y falleció en Itá Ybaté el 12 de setiembre cuando tenía sólo 37 años. El coronel Bernardino Caballero le asistió en sus últimos momentos y recibió de sus manos algunas reliquias para los suyos, que entregó después de la guerra.



Humaitá cayó, finalmente, el 5 de agosto de 1868, y pareció que se aproximaba el fin de la guerra. Pero faltaba más de un año de esfuerzos y sacrificios para que argentinos, brasileños y orientales pudieran regresar a sus respectivas patrias.



Fuente

De Marco, Muguel A. – La Guerra del Paraguay – Buenos Aires (2003)

O’Leary, Juan E. – El Centauro de Ybycui – París (1929)